jueves, 3 de febrero de 2011

Los placeres prohibidos

Preparando mis clases particulares me he encontrado con un poema que tenía olvidado en un rincón de mi memoria. Recuerdo que cuando lo leí en mi época preuniversitaria me encantó por eso del romanticismo idealizado de la edad. Hoy día tengo un concepto muy diferente del amor, ni mejor ni peor, simplemente diferente pero he de reconocer que Luis Cernuda dejó para la posteridad unas palabras inmortales que no distingue entre sexos. Es genial.
Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad
de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar
preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina,
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad porque muero.
Tú justificas mi existencia:
Si no te conozco, no he vivido;
Si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

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